“Un gran fuego crea llama y luz usando todo lo que se lanza sobre él.”
Marco Aurelio.
Cada día, ocurren cientos de cosas que no podemos controlar.
Como somos humanos, juzgamos todas estas cosas que nos pasan como buenas o malas. ¿Me he encontrado 5€? Bueno. ¿Me tropiezo y me caigo? Malo.
Estos juicios son inconscientes y automáticos. El problema es que estos juicios nos hacen sentir impotentes ante los azares del destino. Tener buena suerte o mala suerte es algo que no se puede controlar.
Es por eso que debemos desarrollar el Amor Fati. Amar nuestro destino, sin importar lo que nos ocurra. Considerar que todo lo que nos ocurre es necesario que pase, incluso el sufrimiento y la pérdida. Más que necesario, considerar que todo lo que ocurre forma parte del proceso que da lugar a que el destino se realice.
Para empezar a entenderlo, déjame que te cuente una historia que ilustra fantásticamente este concepto.
“Hace mucho tiempo, en una aldea vivía un hombre muy sabio con su hijo. Tenían un caballo para ayudarles en las labores de la tierra, y un día se les escapó.
Todo el pueblo se lamentó. ¡Qué mala suerte has tenido!, le decían al hombre. ¿Cómo sacarás adelante a tu familia ahora? Pero él simplemente sonreía y decía: “¿Mala suerte? Ya veremos.”
Al cabo de un tiempo, el caballo perdido regresó con una manada de caballos salvajes, que el hombre sabio consiguió domesticar, por lo tanto eran suyos.
Todo el pueblo se alegró. ¡Que suerte has tenido!, le decían al hombre. Pero él simplemente sonreía y decía: “¿Buena suerte? Ya veremos.”
Un día, uno de los caballos se encabritó y de una patada rompió la pierna al hijo del hombre sabio.
Todo el pueblo se lamentó. ¡Qué mala suerte has tenido!, le decían al hombre. Pero él simplemente sonreía y decía: “¿Mala suerte? Ya veremos.”
A las pocas semanas, estalló una gran guerra y todos los hombre jóvenes fueron reclutados para luchar… excepto el hijo mayor, porque tenía la pierna rota. La guerra fue muy sangrienta y ninguno de los jóvenes que se fueron regresaron.
Todo el pueblo admiraba lo afortunado que había sido el hombre sabio. ¡Qué buena suerte has tenido!, le decían. Pero él simplemente sonreía y decía: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? Ya veremos.
Esta historia es perfecta para ilustrar el concepto de Amor Fati. Pase lo que pase, debemos considerarlo como bueno y necesario.
De esta manera podremos sacar lo mejor de todo lo que nos ocurra. Tratar a cada momento — sin importar cómo de malo aparente ser — como algo para ser superado, no evitado. No solo aceptarlo, sino quererlo y ser mejor por ello. Así que como oxígeno para un fuego, los obstáculos y la adversidad se convierten en combustible para tu potencial.
Amor Fati y los estoicos
Aunque este concepto se atribuye principalmente a Nieztsche, ya los estoicos hablaron de ello hace milenios.
Si has leído sobre ellos, sabrás que intentan preocuparse sólo sobre las cosas que están dentro de su control. Como decía Epicteto:
“No busques que las cosas ocurran de la manera que quieres; en vez de eso, desea que lo que ocurra pase de la manera que pasa: entonces serás feliz.”
Cuando aceptamos que lo que nos ocurre, después de entender que ciertas cosas (especialmente cosas malas) están fuera de nuestro control, solo queda esto: amar lo que pase y enfrentarlo con infinita alegría y fuerza.
Sin importar qué nos ocurra, siempre podemos elegir nuestra percepción de los hechos y nuestras acciones. Esto significa que podemos ir incluso más allá.
Cuando nos ocurre algo “malo”, ¿qué otras adversidades nos podrían haber ocurrido? ¿Qué podemos aprender de esta experiencia?
Esto es lo que sentí cuando tuve mi accidente en bici. Ni mucho menos soy capaz de aplicar el Amor fati en todas las situaciones (aún) pero sí en este momento.
Mi accidente en bici
Si ocurrió, entonces estaba destinado a ocurrir, y estoy contento que pasara cuando pasó. Voy a sacar lo mejor de ello.
Ocurrió en verano. Acababa de llegar al pueblo, y me encanta salir en bici por las montañas. Cuesta arriba, cuesta abajo. El problema es que a veces voy demasiado rápido. Y en un momento de esos pasó lo que tenía que pasar.
La rueda de delante se quedó atascada en una parte con barro y yo salí despedido por los aires. Un momento estaba en la bici, y al instante siguiente estaba en el suelo.
Con la adrenalina del momento, me pareció que no me había hecho nada, así que me monté en la bici y seguí mi camino. Pero al cabo de un rato me di cuenta de que tenía una herida bastante fea en el codo. ¡Parecía un agujero!
Me tuvieron que dar puntos (que fueron bastante dolorosos) y además me «fastidió» el mes. No pude bañarme ni en la playa ni en los lagos que hay por allí ni tampoco pude montar más en bici.
Sin embargo… recuerdo estar especialmente alegre por la experiencia. Sí, ¡me alegré de mi accidente! Por varios motivos.
Para empezar, podría haber sido mucho, mucho peor. Salí con solo unos rasguños en comparación de lo que me podría haber pasado. Me podría haber roto un brazo, por ejemplo.
Pero lo más importante es que es muy posible que haber tenido este accidente me prevenga de tener uno más grave en el futuro. He aprendido la lección. Cada vez que esté bajando una cuesta recordaré lo que me pasó e iré con más precaución. ¿Quién sabe lo que podría suceder en el futuro?
Por eso al final ¡acabé agradeciendo mi accidente!
Por supuesto, no siempre podremos ser tan optimistas. A veces es algo malo malo. Pero aun así hay que aceptarlo y salir reforzado.
«No puedes controlar lo que te ocurre en la vida, pero siempre puedes controlar lo que sientes y lo que haces sobre lo que te ocurre.»
Víctor Frankl.