Imagina un humano moderno. Todos sus genes han evolucionado a lo largo de cientos de miles de años hasta llegar a donde está hoy. Por desgracia esta evolución no ha podido adaptarse al ritmo al que ha cambiado la cultura en la que vive.
Piénsalo. Los homo sapiens fuimos durante la mayor parte de nuestra historia cazadores-recolectores. Esto implica que nuestros cuerpos y nuestros cerebros están adaptados a este modo de vida. En menos de 10000 años (un suspiro en términos evolutivos) los humanos pasamos de este estilo de vida al que estábamos adaptados al de hoy. Comiendo comida procesada, pasando el día sentados, aspirando el humo de la contaminación y yendo a trabajar a una oficina son solo algunos de los cambios que hemos experimentado.
Este cambio, sin duda, ha traído ventajas. Conocemos los principios físicos de cómo funciona el mundo; no nos tenemos que enfrentar al frío, al hambre ni a la violencia (en el mundo desarrollado por lo menos); tenemos atención médica y antibióticos; y muchas otras ventajas que un humano del Paleolítico no podría ni imaginar.
El problema es que todo tiene un precio. Nuestros genes y cerebro todavía son los de un cazador-recolector y por tanto el entorno en el que existen hoy dista mucho del que evolucionaron. En consecuencia, tenemos ciertos impulsos adecuados para sobrevivir en épocas pasadas pero que hoy en día nos lastran. Además de que no sean necesarios, en muchos casos pueden perjudicarnos. Conocerlos y entenderlos puede ayudarnos a prevenir que caigamos en ellos.
Sedentarismo y mala alimentación
Es un hecho que hoy en día tenemos una epidemia de sedentarismo y de obesidad. Si te paras a pensar en cómo evolucionó el cerebro, tiene sentido. El cerebro de un cazador-recolector está diseñado para ahorrar energía, ingiriendo toda la comida disponible y moviéndose lo menos posible. Esto era una ventaja en el Paleolítico, donde moverse era algo obligatorio, y no había una cantidad infinita de comida. Si no te movías, era imposible conseguir comida. Además, si encontrabas comida dulce (como miel) o con mucha grasa, la devorabas porque esto era sinónimo de que tenía mucha energía.
Compara esto con la situación actual. Para conseguir comida solo tienes que levantarte del sofá e ir al frigorífico, y comer lo que te apetezca. A tu cerebro no le importa que no te hayas movido en todo el día, él solo piensa en comer para tener reservas en épocas de escasez. Por supuesto, estas épocas de escasez nunca llegan.
Peor aún, los fabricantes de comida saben esto y diseñan sus alimentos para hackearte el cerebro. De esta manera comes más de estos productos y das más dinero a sus bolsillos, a la vez que dañas tu salud.
Pensamiento a corto plazo
En la naturaleza, todo es a corto plazo. Un día había que cazar, otro descansar, otro huir de un depredador. Un humano en el Paleolítico no se planteaba que estaría haciendo en un año, en dos o en cinco porque ni podía saberlo ni tenía sentido. Era mucho más importante pensar en el presente. ¿Dónde conseguiremos comida? ¿Dónde dormiremos?
En cambio, hoy en día pensar a largo plazo genera grandes beneficios, de hecho es de las mejores cosas que puedes hacer por ti. Cuidar la salud, aprender cosas por tu cuenta o tener un proyecto personal no generan ningún beneficio inmediato. Al contrario, este tipo de cosas cuesta un esfuerzo hacerlas diariamente, porque no generan resultados instantáneos, que es lo que nuestro cerebro espera.
En consecuencia, somos presos de la gratificación instantánea, las redes sociales, la televisión, y demás distracciones que producen a nuestro cerebro un chute de dopamina casi inmediato. En consecuencia estamos desentrenados para jugar el juego a largo plazo.
Búsqueda de encajar en el grupo
En el entorno en el que evolucionamos, todos vivíamos en tribus reducidas, alrededor de 150 miembros. Ser expulsado de la tribu suponía una muerte casi segura, pues era imposible proveerse de todo lo necesario para sobrevivir por uno mismo.
Por eso, somos muy sensibles a las opiniones de los demás, e intentamos encajar. Este miedo era lógico en tiempos pasados, pero hoy en día no tiene sentido. Si un grupo de personas no nos acepta, hay muchos más que sí lo harán.
Esta inadaptación se manifiesta en dos partes: por un lado, provoca que sigamos a la mayoría sin tener nuestras propias ideas ni pararnos a pensar. Esto causa por ejemplo que persigamos cosas que creemos que nos harán felices, porque así lo cree todo le mundo; cuando en realidad no es así (como posesiones materiales o estatus).
Por otro lado, provoca que nos de miedo hacer ciertas cosas que nos exponen al rechazo de la mayoría. El ejemplo más común es hablar en público, que consistentemente se posiciona como el miedo número #1 de la mayoría de personas. En realidad, este tipo de actividades no tienen un gran riesgo. Sin embargo nuestro cerebro no lo interpreta así y en consecuencia te hace pasarlo mal cuando siente que se va a exponer a una de estas situaciones, para que no lo hagas.
Búsqueda del confort constante
Es un hecho que consciente o inconscientemente, todos buscamos el máximo confort. No solo por el ejemplo que he puesto antes del sedentarismo (movernos lo menos posible para ahorrar energía) sino con muchas más cosas. No dejar que pasemos hambre, frío ni dolor. En cierta medida esto es lógico. ¿Quién querría dejar de estar cómodo voluntariamente?
Sin embargo, nuestro cuerpo está adaptado a sufrir estresores de este tipo. Volviendo a la misma idea, en el Paleolítico no eran una opción. Si te tocaba pasar frío, lo pasabas, si te tocaba ayunar porque no había comida lo hacías, y si te hacías daño no había medicamentos para paliar el dolor.
La cuestión es que el cuerpo necesita estresores para hacerse más fuerte, ya que como la gran mayoría de las cosas en la naturaleza somos Antifrágiles. Si evitamos estos retos y buscamos siempre el mínimo esfuerzo, evitando cualquier cosa fuera de nuestra zona de confort nos volveremos débiles poco a poco y seremos incapaces de afrontar hasta los retos más triviales.
Conclusiones
Estos son solo algunos de los ejemplos más evidentes de nuestro cerebro inadaptado a la vida de hoy en día. Si te pones a pensar, seguro que hay muchos más (por ejemplo los sesgos cognitivos).
Ahora la pregunta es ¿qué podemos hacer? Es complicado, como siempre. Lo bueno es que el primer paso ya lo tenemos conseguido: ser consciente de estos errores. Podemos entrenarnos para reconocer las situaciones en las que se revelan, frenándonos a reflexionar ¿es correcto lo que estoy pensando o es mi cerebro paleolítico el que está pensando por mí?
También puede ayudar tener sistemas en pie para evitar caer en estos errores, aunque tendrás que ser más creativo para ponerlos en pie y que sean efectivos.