Antes creía tener un completo control sobre mi vida. Pensaba que todo lo que me ocurría, toda la mala y buena suerte, dependía exclusivamente de mis acciones. Todo tenía una causa que yo podía controlar. A pesar de que este modelo de pensamiento es más efectivo que echarle la culpa a los demás de todo lo que te ocurre, no representa una visión precisa de la realidad.
A veces, por bien que hagas las cosas, no van a salir como deberían. Suceden eventos inesperados (Cisnes negros). Puedes hacer ejercicio con una técnica impecable y lesionarte. Puedes implementar una estrategia perfecta que fracase. Puedes ser un conductor ejemplar y aún así tener un accidente.
Buenas decisiones no implican buenos resultados
Todo depende del azar. Cualquier cosa tiene unas determinadas probabilidades de ocurrir. Por suerte puedes influenciar en esas probabilidades. Si estudias mucho, puedes conseguir un 90% de posibilidades de aprobar un examen. Si lo prefieres puedes estudiar menos y quedarte solo con el 50% o no estudiar nada y tener el 10%.
Por eso hay que tener cuidado en quién nos fijamos. Si alguien consigue algo que quieres, no siempre debes que seguir su estrategia. Imagina que solo tenía un 5% de posibilidades de conseguirlo. ¿Sería una idea inteligente aplicarla?. Desde luego que no.
Entonces, ¿de qué manera podemos combatir el papel del azar?
El único antídoto es la repetición
Lo importante es el largo plazo. No frustrarse si tienes altas probabilidades y no ocurre. Si repites una y otra vez un buen método, al final acabará teniendo éxito.
Si hay una injusticia (muchísimas probabilidades de que algo pase y no pasa) tu deber es hacer esa injusticia más injusta. Si esperas lo suficiente, pasará, seguro. Tarde o temprano.
Por eso, nuestro deber es pensar en cómo aumentar las posibilidades de éxito. Nunca podemos tener un control completo de lo que va a pasar, solo de hacer muy probable que aquello que queremos ocurra.
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