«Hay miles de métodos pero sólo unos pocos principios. Quien entiende los principios podrá elegir sus propios métodos. Quien ignora los principios fracasará con cualquier método.»
Harrington Emerson
Todos los humanos queremos cosas. Unos quieren una casa más grande, otros más dinero, otros viajar más, otros ser felices, otros tener muchos amigos, otros tener buenos amigos, otros estar fuertes, otros ser atractivos, otros tener estatus. Es algo inherente a nuestra naturaleza. Querer cosas. Tener metas.
El problema llega a la hora de perseguirlas. La mayoría no perseguimos nuestros objetivos de la manera más óptima. En vez de hacer las acciones con más impacto, nos dedicamos a luchar con la pereza o hacer lo más fácil.
¿La causa? No comprender y aplicar la distinción entre tácticas, estrategia y principios. De eso trata este artículo.
En general, principios > estrategia > tácticas.
Todos los consejos del mundo entran en una de estas tres categorías. La mayoría son tácticas, que como verás tienen un impacto muy limitado. Lo mejor es entender los principios, que permiten hacer grandes cambios a largo plazo.
Las tácticas
«Las tácticas militares romanas estaban muy sobrevaloradas. Todas las que eran buenas tenían la misma idea, que era atacar por la espalda.»
Mary Beard
Cuando queremos algo, lo primero que hacemos es pensar en tácticas. Es un impulso natural.
Una táctica es un procedimiento o método que se sigue para conseguir un fin determinado o ejecutar algo. Las tácticas son acciones concretas que nos acercan a nuestros objetivos. Para que las entiendas, aquí te dejo algunos ejemplos. Muchos de ellos los he sacado de Internet, así que no creas que son los correctos.
Tácticas para mejorar nuestra salud como comer polifenoles o carnitina (para perder grasa), evitar el pan, o hacer spinning.
Tácticas de dinero serían trucos para ahorrar/ gastar menos, buscar ofertas o invertir en X empresa.
Tácticas para ligar más serían aprender frases para impresionar a la otra persona, aparentar tener estatus o contar chistes.
Tácticas para dejar de procrastinar como por ejemplo, hacer pomodoros, ir a una biblioteca o hackear tu motivación.
Tácticas para pasar menos tiempo delante de pantallas como por ejemplo limitarse el tiempo de uso o esconder el móvil en otra habitación.
Tácticas para tener mejores relaciones sociales, como llamar a las personas por su nombre, ser amable o “auténtico”.
Cualquier truco o consejo es una táctica.
Estos ejemplos son solo algunos de todos los posibles. Para cualquier meta existen infinitas tácticas, y este es precisamente uno de sus problemas. Si no conocemos la estrategia y los principios que han guiado estas tácticas, nos perderemos con la gran cantidad de opciones existentes.
Puedes pasarte toda la vida leyendo sobre ello, pero siempre habrá más consejos por descubrir. Hay trucos ilimitados para cualquier meta que se te ocurra.
Este no es el único problema de buscar y perseguir las tácticas. Además, tienen el problema de la falta de contexto. Son acciones individuales cuya eficacia varía, y en general, al ser acciones aisladas suelen tener un impacto limitado.
¿Significa esto que debemos renunciar a ellas? En absoluto. Existe un momento en el que son la mejor opción: cuando somos novatos.
Al comenzar a buscar la mejora en algún área, las tácticas son esenciales. Son las que nos permiten obtener beneficios más rápido y con menos esfuerzo, y por tanto ayudan a que sigamos con ganas de seguir mejorando.
Por ejemplo, para una persona que esté empezando a recorrer el camino de la salud, tácticas como dejar los refrescos, caminar media hora al día o dormir ocho horas lograrán maravillas y le permitirán obtener beneficios que harán que sigan persiguiendo la salud.
El problema es cuando nos acostumbramos a este nivel y seguimos en él cuando ya deberíamos haberlo abandonado. Nos puede hacer sentir bien descubrir una nueva táctica, pero su impacto será muy limitado. Debemos pasar cuanto antes a la estrategia.
La estrategia
«Estrategia sin tácticas es la ruta más lenta hacia la victoria. Tácticas sin estrategia es el ruido antes de la derrota.»
Sun Tzu, El arte de la Guerra.
La estrategia es una serie de acciones muy meditadas, encaminadas hacia un fin determinado. Es un conjunto de tácticas que persiguen un objetivo concreto.
La estrategia es mejor que tácticas individuales sueltas. Para empezar, lo normal es que se produzcan sinergias entre las diferentes acciones que componen una estrategia. Además, como estas acciones ya están predefinidas, no hay que hacer un esfuerzo mental para preguntarse qué viene después. Algunos ejemplos de estrategia serían los siguientes.
Estrategias de salud, como por ejemplo seguir un plan de alimentación (que diga lo que puedes o no puedes comer), hacer ayuno intermitente, o seguir un programa de entrenamiento.
Estrategias de dinero, como hacerse un presupuesto en el que solo se permitan unos gastos determinados, planificar una manera de usar menos el coche y más el transporte público, la bicicleta y nuestras propias piernas, o planificar una estrategia de inversión para hacer crecer nuestros ahorros.
Estrategias para ligar más, como acudir a un montón de citas para que haya más posibilidades de conocer a una persona que nos guste.
Estrategias para evitar procrastinar, como dividir una tarea en partes más pequeñas o hacer la tarea más difícil por la mañana.
Estrategias para pasar menos tiempo delante de pantallas, como limitar el tiempo de uso, o borrarnos de las redes sociales.
Estrategias para tener mejores relaciones sociales, como planificar más tiempo en compañía de otros, o buscar actividades para hacer regularmente con las personas que nos importan.
Hay muchas estrategias pero no tantas como tácticas. Por eso son ligeramente mejores. Pero tampoco están exentas de problemas.
Para empezar, si no tenemos ni idea del tema en cuestión, es difícil distinguir una buena estrategia de una mala. Esto deja abierta la posibilidad a que empleemos nuestro esfuerzo en una estrategia que no es la mejor, o a veces directamente mala.
Por ejemplo, si no sabemos nada de ejercicio, una malísima estrategia sería adoptar un plan de entrenamiento basado en cardio y máquinas. Podemos dedicar meses de esfuerzo, para que al final nuestros resultados sean casi nulos.
El otro gran problema es que muchas veces estas estrategias entran en conflicto con nuestros deseos más profundos.
Por ejemplo, es difícil mantener la disciplina necesaria para seguir un presupuesto si constantemente sientes que te estás privando de productos o actividades que necesitas. Es difícil perseverar en pasar menos tiempo delante de la televisión o en redes sociales si sientes que te estás perdiendo algo interesante.
Estas pequeñas fricciones al final acaban desgastándonos y hacen que volvamos a nuestros anteriores hábitos y rutinas. Por eso es importante conocer y aplicar el siguiente nivel: los principios.
Los principios
«Dado una persona o grupo de personas, capaz e inteligente, los errores rara vez ocurren en la ejecución de un plan, aunque quizás el plan en sí falle. En vez de eso, los errores ocurren en los principios que subyacen en el desarrollo del plan. Así, es importante basar un plan o estructura en los principios correctos.»
Jacob Lund Fisker, Early Retirement Extreme
Son la “llave maestra” del cambio. Dominándolos podemos conseguir lo que queramos. Sí, literalmente.
Puedes conseguir lo que quieras si cambias tus principios.
Parece que hoy en día es algo anticuado hablar de ser “una persona de principios”. Pero en realidad, todos tenemos principios. Son los que gobiernan nuestras acciones. Son los que crean nuestras tácticas y nuestra estrategia.
Pero la inmensa mayoría de personas no se dan cuenta de ello. Todos tenemos principios, y si nunca te has parado a analizarlos, estos los has adquirido de manera inconsciente.
Son nuestras creencias sobre lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto y lo que no.
Tus resultados actuales son consecuencia directa de tus principios.
Sabiendo esto… ¿por qué no todo el mundo se dedica a cambiar sus principios?
Hay varias razones.
Para empezar, los principios forman parte de nuestra identidad. Son cómo nos vemos a nosotros mismos. Y no hay cosa a la que se resista más nuestro cerebro que a cambiar su autoconcepto.
Además, no ofrecen resultados inmediatos. Tras el esfuerzo que supone cambiarlos, pueden llevar meses o años en producir los resultados que queremos. El resultado de tanto esfuerzo puede tardar mucho tiempo en aparecer.
Y por último, no suele ser fácil encontrar los principios correctos. No hay tantos sitios en los que se hable de ellos (aunque intento que en este blog sí) porque no interesa.
¿Algunos ejemplos?
Principios de la salud, como que cuidar de ella no es opcional, o entender que debemos tener en cuenta la evolución, o que nos va a convertir en mejores personas.
Principios del dinero, como que tener más no es malo, o que gastar menos no es un sufrimiento, o que no necesitamos tantas cosas como creemos, o la adaptación hedónica.
Principios para ligar más, como las diferencias entre hombres y mujeres, o la importancia de convertirse en una persona interesante (no solo aparentarlo).
Principios para evitar procrastinar, como que trabajar produce más satisfacción que evitar el trabajo, o que tendemos a posponer aquello que no nos apetece o que requiere esfuerzo.
Principios para pasar menos tiempo delante de pantallas, como que la vida es demasiado corta como para desperdiciarla mirando píxeles de colores, o que ni las redes sociales ni las noticias nos aportan ningún valor real.
Principios para mejorar nuestras relaciones sociales, como la gran importancia que tienen, lo útil que es saber escuchar, o saber comunicarse.
No hay tantos principios. Una vez adquieres los correctos, no caducan. Eso sí, regularmente debemos pararnos a plantearnos si los que tenemos son correctos.
Pero aún no he contado lo mejor. Conocer los principios te va a permitir crear tus propias tácticas y estrategias.
Así es. Todas las tácticas y estrategias del mundo proceden de un puñado de principios. Unas veces estos no son los adecuados, y por eso dan lugar a estrategias que no llevan a ningún lado.
Pero si conoces los principios por los que se rige cierto área, vas a poder identificar los principios en los que se basan las estrategias que observas, y sabrás si estas son las correctas o no.
Por eso merece la pena trabajar en tus principios. Una vez adoptados, los resultados van a llegar casi sin esfuerzo.
El conflicto entre lo que quieres y lo que te apetece desaparece.
De aquí viene la jerarquía que he descrito al comienzo del artículo. Principios > estrategia > tácticas.
Pero esto no es todo. Aún existe otro nivel del que no he hablado.
Conseguir tus metas es fantástico, de eso no hay duda. Pero es más importante saber qué metas son las que merece la pena perseguir.
Es aquí donde entra en juego la filosofía.
La filosofía
La mejor manera de saber cuáles son las metas que debemos perseguir es adoptando una buena filosofía de vida. Si llevas siguiendo este blog un tiempo, sabrás que soy un gran defensor del estoicismo.
Por supuesto, hay otras variantes, como el budismo, el Zen o la que sigue la mayoría, el hedonismo ilustrado.
Esta filosofía de vida nos ayuda a distinguir qué metas merecen la pena. Como dice William Irvine:
«¿Qué es lo que quieres de tu vida? Quizás respondas a esta pregunta diciendo que quieres un cónyuge cariñoso, un buen trabajo, y una bonita casa, pero en realidad estas son solo algunas de las cosas que quieres en tu vida. Al preguntar qué es lo que quieres de tu vida, estoy preguntando en el más amplio sentido posible. No estoy preguntando por las metas que se forman mientras procedes con tus actividades diarias sino por tu gran meta en vivir.
En otras palabras, de todas las posibles cosas que podrías perseguir, ¿cuál es aquella que consideras más valiosa? Muchas personas tendrán un problema nombrando esta meta. Saben lo que quieren minuto a minuto, o incluso década a década durante su vida, pero nunca se han parado a considerar su gran meta en vivir. Es quizás comprensible que no lo hayan hecho. Nuestra cultura no promueve que la gente piense sobre estas cosas; en vez de ello, nos provee con un infinito flujo de distracciones para que no tengamos que pensar en ello. Pero una gran meta en vivir es el primer componente de una filosofía de vida. Esto significa que si careces de una gran meta en vivir, careces de una filosofía de vida coherente. ¿Por qué es importante tener esta filosofía? Porque sin una, existe el peligro de malvivir — de que a pesar de todas las placenteras distracciones que hayas podido disfrutar mientras estabas vivo, acabes viviendo una mala vida.»
Por eso es tan importante tener una filosofía de vida. Imagina que te pasas toda tu vida persiguiendo unas metas, adoptando principios, creando estrategias y ejecutando tácticas.
Después, en tu lecho de muerte, te das cuenta que todas esas metas que perseguiste con tanto ahínco carecían de valor. ¡Qué lástima! Toda tu vida… desperdiciada. Pensar primero en filosofía puede ayudarnos a evitar este trágico destino.
La elección es tuya.