Cómo cuento en este artículo, decidí hacer un experimento en el que tiraba objetos cada día, mediante el siguiente orden. El primer día un objeto, el segundo dos, el tercero tres y así sucesivamente. Como mínimo iba a durar una semana, y al final han sido 13 días. Aquí te cuento mi experiencia y lo que he aprendido de ello.
Me he deshecho de 91 objetos:
- 5 camisetas.
- 1 polo.
- 1 camisa.
- 1 taco de revistas.
- 1 sudadera.
- 1 par de zapatillas.
- 37 libros.
- 14 cajas vacías.
- 1 videocámara.
- 1 radio a pilas.
- 6 botes vacíos.
- 3 botes llenos de lápices.
- 1 cuaderno.
- 1 juego roto de la PSP.
- 1 bolígrafo gigante.
- 1 ordenador viejo.
- 2 estuches.
- 1 bombilla.
- 1 linterna.
- 2 agendas.
- 1 disquete (¡!).
- 2 móviles rotos.
- 1 pantalla de móvil.
- 1 PSP.
- 1 flauta.
- 1 CD.
- 1 taco de papeles viejos.
- 1 tarjeta SIM.
Diría que mi habitación está más vacía, pero en realidad aún sigue teniendo demasiados objetos. Sí, a pesar de haberme deshecho de 91 objetos, aún me sobran muchos, muchos más. Aunque estos estuvieran guardados en cajones y armarios, ahora hay una sutil sensación de amplitud.
No he querido hacer una foto de todos estos objetos, para así deshacerme de ellos para siempre, pero durante unos días los puse en mi mesa y era entonces cuando veía lo que ocupaban.
La experiencia
He disfrutado mucho más de lo esperado. Al principio empecé con ropa y como no tengo demasiada, en el día 4 me atasqué. Fue entonces cuando decidí coger libros, revistas y objetos sin utilidad guardados en el cajón.
Se ha notado la progresión diaria. El primer día solo había que tirar una cosa, y en un momento decidí cuál. En cambio, al último día había que tirar 13 objetos y tuve que ser más reflexivo.
Lo más curioso ha sido los esfuerzos de mi mente para que no tirara algunas cosas. Cuando reparaba en algo que no usaba desde hace años y años, en seguida mi cerebro empezaba a generar excusas que parecían lógicas. Los recuerdos asociados a un objeto, posibles usos del objeto a pesar de que no lo hubiera usado en muchos años (¡o nunca!), reticencias a tirarlo “porque contamina” (a pesar de que existan los puntos limpios), posibles momentos del futuro en los que necesitaría el objeto…
Aparte de eso, la experiencia ha sido placentera. Produce una extraña satisfacción deshacerse de objetos que no te aportan nada. Es difícil de explicar, porque al fin y al cabo están en un cajón y no se ven ni molestan. Pero aun así… te quedas satisfecho.
¿Qué he aprendido?
Como todo buen experimento que se precie, he aprendido algunas lecciones.
Primero, a lidiar con las excusas de mi cerebro. Cuando aparecían los motivos “razonables” por los que no debía tirar algo, en vez de hacer caso observaba el pensamiento con curiosidad y luego lo dejaba ir. Sí, lo mismo que se hace al meditar.
Esta es una de las habilidades más útiles que se pueden desarrollar. Cuando te propones hacer algo que merece la pena, tu cerebro va a ponerte infinitas excusas “razonables” a las que no hay que hacer caso.
Por ejemplo, me pasa con escribir. Lo quiero hacer todas las mañanas, pero mi mente se inventa motivos por los que ese día en particular no debo hacerlo. Me dice “hoy estás muy cansado”, “vamos a consultar esto en Internet un momento” o “ya has acabado el artículo de esta semana, así que no hace falta que sigas escribiendo”.
A veces el cerebro gana, y eso es inevitable. A veces ni siquiera me levanto a la hora. A veces me distraigo en Internet. A veces dejo de escribir a los 5 minutos de haber empezado. A veces no escribo.
A veces quería tirar un objeto pero dejé que mi cerebro ganara.
No pasa nada, pero hay que reducir los fallos al mínimo. Entender que no tenemos que hacer caso es sólo el primer paso.
Por otro lado, he aprendido a ser más consciente al comprar más objetos. Nunca he sido muy consumista, pero espero que gracias a este experimento a partir de ahora lo sea aún menos.
Cuando vemos un producto nuevo que nos apetece, nos cuesta parar a pensar en dónde va a acabar: el vertedero.
Parece algo lógico, pero es curioso ver cómo objetos que apreciaba tanto y me pusieron tan contento en su día cuando los compré ya no significan nada.
Espero recordar esto en el futuro cuando me apetezca comprar algo. Intentaré pararme un momento y ser consciente de lo que va a pasar con ese objeto 1, 2 o 10 años más tarde, y valorar si de verdad quieres comprarlo.
Conclusión
El experimento ha sido un éxito. Además del beneficio que esperaba de limpiar mi habitación (que ha sido conseguido con creces, ahora parece otra) también me he llevado las lecciones que he mencionado.
Si a ti, lector, te ha picado la curiosidad, no lo pienses más y lánzate a hacerlo. Verás como no te arrepientes.